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EL DIARIO DE LA DERECHA

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lunes, 12 de noviembre de 2007

El Ché: ¿La línea a seguir?

Expresaba Hannah Arendt que los regímenes y las ideologías totalitarias, a diferencia de las democracias, descartan al concepto de consensus juris que es lo que constituye a un pueblo. Regímenes totalitarios como los marx-leninistas eliminaron deliberadamente el concepto de consensus juris bajo la promesa de imponer justicia y de construir un paraíso en la tierra donde el género humano ya no sería simplemente el objeto al cual se aplicarían las normas legales, porque la humanidad sería la encarnación misma de la ley. Desde luego, la ruta hacia el paraíso sería dirigida por unas auto-ungidas minorías que representarían las aspiraciones del proletariado (según los marxistas) o al “espíritu de la raza”, según los nazis.

Así se justificó la supresión de toda barrera entre el poder del Estado y el individuo, y se aplaudió la eliminación del concepto de libertad y de consenso que son elementos vitales para cualquier comunidad soberana y democrática. Las doctrinas totalitarias predican que desde el poder liberarán a las “leyes” de la Naturaleza (biológicas para los darwinistas sociales) o a las “leyes de la Historia”, según la doctrina “científica” del proletariado. Lamentablemente estas dictaduras eliminaron a millones de seres humanos (unos cien millones en el caso del comunismo que se ensañó en el proletariado, para beneficio de privilegiadas vanguardias “"revolucionarias”).

Las convicciones ideológicas de esta naturaleza tienen la dudosa virtud (muy reconfortante para los fanáticos) de explicarlo todo por deducciones de unas cuantas premisas que pueden y deben ser defendidas incluso usando el terror como mecanismo del progreso histórico. Lo anteriormente expuesto fue parte fundamental de la vida, las acciones y la muerte de ese gran ícono de la izquierda radical que fuera Ernesto Guevara, izquierda que conmemoró en octubre recién pasado los 40 años su ejecución ilegal en Bolivia.

El “Che” fue un personaje complejísimo. Entregado sin reservas a su causa. Exento de las manchas de la corrupción relativa a la obtención de riquezas materiales, característica que lo separa de los demás líderes de la izquierda radical que han llegado al poder. Icono mundial, ha resultado el más rotundo triunfo del habilidoso mercadeo político de la izquierda. Este mercadeo o propaganda no solamente proviene de la izquierda, pues la efigie de Guevara, en camisetas y otros artículos, se ha reproducido y vendido mundialmente por todo tipo de empresas.

La ciega convicción de Guevara en el comunismo como última meta de la historia, su autopercepción como catalizador positivo de ese proceso “objetivo”, lo llevó a cometer actos de verdadero terror como las órdenes de fusilamiento por las madrugadas en La Cabaña. Allí no solamente fueron ejecutados esbirros de Batista (que en todo caso ya eran prisioneros de guerra y cuyas muertes también fueron crímenes) sino que además fueron fusiladas personas por el “delito” de ser vistas como enemigas de la revolución. Por actos similares a los señalados, muchas otras personas de opuesto signo ideológico han sido condenadas por crímenes contra la humanidad en países Sudamericanos.

La “pureza” cuando resulta ser esa rara combinación de honestidad personal y de devoción fanática e inclemente a una causa no es necesariamente una condición edificante. Robespierre fue también “el incorruptible”, y jamás dudó de la justicia de su conducta mientras imponía el terror.

Evidentemente, la muerte trágica de Guevara contribuyó decisivamente al nacimiento del mito. Éste ha llegado al extremo de llamarle “Santo”, un extraño santo ateo, autor de un impresionante historial de violencia en pro de una causa totalitaria, aunque lo hizo sin reparos ni egoísmo. Cabe expresar que la necesidad política que condujo a la ejecución extralegal de Guevara es condenable desde una perspectiva democrática y apegada a Derecho. En contraste vale señalar que para la izquierda radical el terror contra sus enemigos es “ajusticiamiento”, como los ocurridos en La Cabaña.

Tomar como norte la gesta guevariana y afirmar que “el Ché marcó la línea a seguir” significa perpetuar una visión confrontacional y maniquea de la historia y la política, y es proclamar la bondad de una moral dual y de dobles parámetros políticos y éticos. En esencia es caer en la peligrosa y vetusta visión que busca transformar el consenso en ciega y forzada obediencia. Es glorificar la opción por la violencia y el terror como un medio legítimo para acelerar el cumplimiento de “la inexorable finalidad de la Historia”. Esta propuesta ideológica ya fracasó rotundamente con el derrumbe del socialismo dictatorial hace casi 20 años. Sin embargo hay quienes se empeñan en re-editarla, solamente que esta vez ya no hay (si una vez las hubo) ni utopías ni inocencias. Ese discurso ideológico sólo es máscara para encubrir las ambiciones por el poder desenfrenado y total, analizado por Arendt con singular lucidez.


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